
Un estudio de Ayvens sitúa a los vehículos eléctricos de batería como la opción más sostenible y competitiva frente a los de hidrógeno, cuyo desarrollo sigue lastrado por una producción contaminante y una red de repostaje aún incipiente.
En el debate sobre qué tecnología marcará el camino hacia una movilidad sin emisiones, el análisis presentado por Ayvens —líder internacional en soluciones de movilidad y sostenibilidad— aporta un argumento contundente: hoy por hoy, los coches eléctricos de batería (BEV) superan a los de hidrógeno (FCEV) en prácticamente todos los indicadores relevantes.
El informe, titulado El camino hacia la sostenibilidad: comparativa entre vehículos eléctricos y de hidrógeno y elaborado por David Wefers Bettink, Commerce Integration Manager en Ayvens, estudia la eficiencia energética, la infraestructura disponible, el impacto medioambiental y el coste para el usuario. La conclusión es clara: el eléctrico gana la partida al hidrógeno.
Eficiencia: una diferencia abismal
Uno de los datos más reveladores es el de la eficiencia energética. Los coches eléctricos pierden entre un 10% y un 30% de la energía en el proceso de carga y uso, mientras que los de hidrógeno registran pérdidas de entre el 65% y el 75%. Dicho de otra manera, tres cuartas partes de la energía que se destina a un coche de hidrógeno nunca llegan a mover sus ruedas.
Esto convierte a los BEV en una opción mucho más racional desde el punto de vista energético. Incluso en un escenario en el que el hidrógeno verde —producido con energías renovables— alcanzara costes competitivos, la diferencia de eficiencia haría que recargar un eléctrico resultara siempre más económico.
El bolsillo del usuario, otro factor clave
El estudio también analiza el coste real de uso. Repostar hidrógeno es casi el doble de caro por kilómetro recorrido que cargar un eléctrico, una diferencia que resulta decisiva en un momento en el que el precio de la energía y la inflación marcan la agenda económica de los hogares europeos.
Es cierto que los coches de hidrógeno ofrecen una ventaja en tiempos de repostaje —unos minutos frente a varias horas en el caso de la recarga convencional—, pero las mejoras tecnológicas en cargadores ultrarrápidos están reduciendo esa brecha de manera acelerada. De hecho, la Unión Europea ha aprobado que, a partir de 2025, se instalen estaciones de recarga rápida de al menos 150 kW cada 60 kilómetros en la red principal de carreteras.
Una red de recarga que marca la diferencia
El segundo gran desafío para el hidrógeno es su infraestructura. Europa cuenta con apenas 245 estaciones de repostaje frente a las más de 500.000 estaciones públicas de recarga eléctrica ya operativas. El contraste es abrumador: los puntos para eléctricos son 2.000 veces más numerosos.
La UE ha fijado el objetivo de desplegar estaciones de hidrógeno cada 200 km en los corredores principales de la Red Transeuropea de Transporte, pero el ritmo de implantación es muy inferior al de los puntos de recarga eléctrica. El sector automovilístico también se alinea con esta realidad: actualmente existen decenas de modelos eléctricos en el mercado, mientras que la oferta de vehículos de hidrógeno se reduce a apenas un par de alternativas, con presencia testimonial en los concesionarios.
Producción: el talón de Aquiles del hidrógeno
Quizá el dato más contundente que recoge el informe es el origen del hidrógeno. Hoy, el 99,6% de su producción mundial se realiza mediante procesos contaminantes, fundamentalmente a través de la reformación de gas natural, que emite grandes cantidades de CO₂. Solo el 0,4% procede de procesos menos contaminantes, como la electrólisis con energías renovables.
En cambio, alrededor del 40% de la electricidad que alimenta a los coches eléctricos en Europa ya procede de fuentes renovables. Y la tendencia apunta a que esta proporción crecerá rápidamente a medida que los países avancen en sus planes de transición energética.
Dos tecnologías con futuro, pero caminos desiguales
Tanto el coche eléctrico como el de hidrógeno son, en teoría, alternativas sostenibles a los motores de combustión tradicionales. Ambos contribuyen a la descarbonización, pero la realidad actual muestra un desarrollo asimétrico: mientras que el vehículo eléctrico avanza con paso firme, el de hidrógeno se enfrenta a un doble reto, el de mejorar la eficiencia de su tecnología y el de transformar una producción energética que hoy es mayoritariamente contaminante.
El estudio de Ayvens insiste en que no se trata de descartar ninguna opción, sino de reconocer que, en el presente, el vehículo eléctrico es la mejor alternativa real para los consumidores y para la transición ecológica. El hidrógeno, señalan los expertos, podría jugar un papel relevante en el transporte pesado, la aviación o la industria, donde la electrificación presenta mayores dificultades.
La carrera hacia la movilidad sin emisiones
La hoja de ruta de Bruselas es inequívoca: en 2035 dejarán de venderse en la Unión Europea coches de combustión interna. Ante ese horizonte, fabricantes, consumidores y gobiernos buscan la mejor tecnología para alcanzar la meta.
De momento, los eléctricos de batería parten en clara ventaja. La combinación de mayor eficiencia, menores costes, una red de recarga consolidada y un mercado con una oferta cada vez más amplia sitúa a esta tecnología como el camino más viable para el ciudadano medio.
El hidrógeno, mientras tanto, sigue siendo una promesa de futuro. Pero una promesa que aún necesita resolver cuestiones críticas de producción y distribución antes de convertirse en una opción real para la movilidad masiva.

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