
La Comisión Europea rectifica su estrategia climática para el automóvil tras semanas de tensión política y presión industrial. El objetivo ya no será una electrificación total, sino que el 90% de las ventas de coches nuevos sean eléctricas, dejando margen a los motores tradicionales.
Después de aplazar su anuncio durante una semana y con negociaciones contrarreloj hasta el último momento, la Comisión Europea ha hecho público el primer tramo de su nuevo paquete de medidas para el sector de la automoción. Un paquete que marca un antes y un después en la política industrial y climática comunitaria y que supone, de facto, un giro relevante respecto a uno de los grandes símbolos del Pacto Verde: la prohibición total de vender coches nuevos con motor de combustión a partir de 2035.
La nueva propuesta ya no habla de un veto absoluto. En su lugar, Bruselas fija ahora como objetivo que en 2035 el 90% de las ventas de vehículos nuevos sean eléctricos o de emisiones prácticamente nulas, dejando un margen del 10% para tecnologías de combustión. Un cambio sustancial que confirma lo que en las últimas semanas venían anticipando diversas fuentes políticas europeas y que había verbalizado públicamente el presidente del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, cuyo grupo es el mayoritario en el Parlamento Europeo.
Un giro político con trasfondo económico
El movimiento de la Comisión no se entiende sin el contexto de creciente preocupación por la competitividad de la industria automovilística europea. Durante meses, fabricantes, gobiernos nacionales y grupos políticos han advertido del riesgo de imponer un calendario excesivamente rígido en un momento de profunda transformación tecnológica, desaceleración de la demanda del coche eléctrico y fuerte presión competitiva de China y Estados Unidos.
El resultado es una rectificación que busca ganar realismo sin renunciar formalmente a los objetivos climáticos. Bruselas mantiene el horizonte de 2035 como fecha clave, pero suaviza su aplicación práctica, permitiendo que una parte limitada del mercado siga ofreciendo vehículos de combustión, previsiblemente ligados a híbridos avanzados o al uso de combustibles sintéticos.
Desde la Comisión se defiende que no se trata de un paso atrás, sino de una adaptación “pragmática” a la situación del mercado. Sin embargo, el cambio supone una victoria clara para los sectores que pedían flexibilidad y una derrota simbólica para quienes defendían una electrificación total sin excepciones.
Qué cambia realmente a partir de ahora
La clave del nuevo planteamiento está en el porcentaje. Hasta ahora, el objetivo era claro: en 2035 solo podrían venderse coches nuevos con cero emisiones, lo que en la práctica equivalía a eléctricos puros o de hidrógeno. Con la nueva redacción, el 100% desaparece y se sustituye por un 90%, abriendo un margen legal y comercial que puede tener un impacto significativo.
Ese 10% permitirá a los fabricantes mantener determinadas gamas de combustión, especialmente en segmentos donde la electrificación total sigue siendo compleja o poco rentable. También da oxígeno a regiones y mercados donde la infraestructura de recarga avanza más lentamente y donde el vehículo eléctrico sigue encontrando resistencias entre los consumidores.
Además, el nuevo paquete introduce mayor flexibilidad en los mecanismos de cumplimiento, permitiendo a los grupos automovilísticos gestionar mejor sus objetivos de emisiones a lo largo del tiempo y evitando sanciones automáticas que podrían haber tenido un alto coste económico.
Presión política y división en Europa
El giro de Bruselas no ha sido pacífico. En el seno de la Unión Europea persisten profundas diferencias entre los países más industrializados, con una fuerte dependencia del automóvil, y aquellos que apuestan por mantener intacta la ambición climática como eje central del proyecto europeo.
Alemania e Italia han liderado el bloque de gobiernos favorables a suavizar el calendario, alertando del impacto que una transición demasiado brusca podría tener sobre el empleo y la inversión. Otros países, entre ellos España, han mostrado más reservas y han defendido la necesidad de mantener señales claras y estables para no frenar la transformación del sector.
También en el Parlamento Europeo se anticipa un debate intenso. Aunque el Partido Popular Europeo respalda abiertamente la revisión, los grupos verdes y parte de los socialdemócratas consideran que este cambio debilita el mensaje climático de la UE y genera incertidumbre regulatoria.
La industria respira, pero no baja la guardia
Para los fabricantes, el anuncio supone un alivio inmediato. La posibilidad de mantener una parte de su oferta con motores de combustión más allá de 2035 reduce la presión financiera y permite una transición más gradual, combinando electrificación, híbridos y nuevas soluciones tecnológicas.
No obstante, el sector es consciente de que el marco regulatorio aún no está cerrado. La propuesta de la Comisión deberá ser negociada y aprobada por el Parlamento Europeo y el Consejo, y no se descartan modificaciones adicionales. Además, el objetivo del 90% sigue siendo extremadamente exigente y obliga a mantener inversiones multimillonarias en electrificación durante la próxima década.
Desde el punto de vista del consumidor, el cambio puede traducirse en una mayor variedad de opciones y en una reducción del miedo a la desaparición total del coche de combustión. Pero también introduce una nueva fase de incertidumbre sobre el valor futuro de los vehículos y sobre la velocidad real de la transición.
Un debate que solo acaba de empezar
Lejos de cerrar la discusión, el anuncio de la Comisión Europea abre una nueva etapa en el debate sobre el futuro del automóvil en Europa. La pregunta ya no es si habrá coches eléctricos, sino cómo convivirán con otras tecnologías, a qué ritmo y con qué coste económico y social.
La revisión del objetivo de 2035 refleja una realidad incómoda para Bruselas: la transición ecológica no puede diseñarse al margen del mercado ni de la capacidad industrial del continente. El reto ahora será encontrar un equilibrio creíble entre ambición climática y competitividad, sin enviar señales contradictorias a fabricantes, inversores y ciudadanos.
En cualquier caso, una cosa parece clara tras el anuncio de las últimas horas: el motor de combustión, contra todo pronóstico, aún no tiene fecha de defunción definitiva en Europa.

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