
Que me gustan las motos es una obviedad como un piano, pero hasta el día de hoy no había tenido la oportunidad de subirme a una Harley Davidson, y esta ocasión por fín ha llegado cuando estreno la treintena, con suficiente pelo en el pecho para no amilanarme ante ningún West Coast Chopper… Para los entendidos en los «hierros» de Milwaukee no tendrá ningún misterio si digo que hay un modelo sin igual para hacer este bautismo de testosterona que va a suponer ponerme a los mandos de una de las marcas más míticas y viriles que existe, y este no podía ser otro que la Sporster, en su versión Iron para ser exactos.
Estoy preparado para dejarme seducir por la sinfonía de sus cilindros en V, y mis partes nobles ansían sentir el traqueteo de los pistones mientras me dejo llevar, siempre a menos de 140 km/h, no hace falta más, por cualquier lengua de asfalto patria, si pasáis os lo cuento.








